Por: Lic. Cheila Nora Rosario del Orbe
El duelo es un proceso de adaptación por el que atraviesa un individuo luego de experimentar una pérdida. Por lo regular, cuando se utiliza el término "pérdida", automáticamente se suele asociar al fallecimiento. No obstante, esta experiencia puede estar relacionada con todo evento que implique que la persona tenga que ajustarse a una nueva etapa o cambio.
Es válido hacer un duelo en las siguientes circunstancias:
- Mudarse de casa.
- Divorciarse/Separarse
- Perder un trabajo
- No cumplir una meta
- Cambiarse de ciudad
- Perder un amigo
- Cambios de la etapa de la vida
- Cambio de escuela
- Perder alguna parte del cuerpo
- Perder una mascota
- Perder algo material.
En pocas palabras, todo lo que represente una pérdida para cada individuo se puede convertir en un proceso de duelo, tomando en cuenta que cada persona posee diferencias individuales y no expresarán sus etapas de la misma forma; ya que se trata de un fenómeno único.
Debemos resaltar que el duelo se define mejor como proceso debido a que sus manifestaciones no se procesan inmediatamente, pues requiere de tiempo; es dinámico por la variedad de cambios que suele presentar a lo largo del tiempo; es único, razón por la cual no existen dos personas que lo procesen del mismo modo y sobre todo, se trata de algo natural en nuestras vidas.
Todos en algún momento hemos experimentado alguna pérdida, y los niños no son la excepción. Debemos enfatizar esa parte, pues al momento de hablar de Salud Mental, con frecuencia se piensa que éstos se encuentran libres de preocupaciones, angustias o problemas en sus actividades diarias.
La salud mental en la infancia implica un mejor desarrollo emocional en la adultez, así como aprender destrezas sociales saludables y un óptimo enfrentamiento de problemas.
El duelo Infantil se manifiesta en cada niño de acuerdo a la etapa del desarrollo en la que se encuentre y el nivel de conocimiento que posea sobre el tema de la muerte, en caso de que se trate del fallecimiento de algún familiar cercano. Cuando se habla de etapa del desarrollo, se hace referencia a los cambios que experimenta cada ser humano a nivel físico y psicológico a lo largo de su vida.
Cuando se trata del duelo como resultado de una muerte, es importante conversar abiertamente con los niños sobre este tema. La muerte es un hecho ineludible, que forma parte de la vida, y todos en algún momento vamos a tener que enfrentarnos a ella.
Pensar en esa posibilidad resulta doloroso y complicado para muchos; y el hecho de tener que ponerle nombre a este suceso es difícil para los padres, cuando les toca comunicárselo a los más pequeños, provocando que en ocasiones elijan ocultar o callar. El instinto de protección nos lleva a alejar el sufrimiento de los menores y, de ese modo, se impide que desarrollen habilidades de afrontamiento.
La muerte genera en los niños mucha curiosidad y preguntas asociadas que debemos tratar de responder. Las más habituales son:
Entre los 3 y 6 años:
- Buscan la manera de organizar la información: desean conocer si en el cielo pueden realizar actividades como jugar, respirar, si las personas fallecidas tienen frío, si van a volver…
- Presentan inquietudes sobre su propio cuidado, es decir, quién los va a atender a partir de este momento, quién los protegerá.
- Preocupación: si otros van a morir, la edad a la que morimos, quién morirá.
Entre los 6 y 9 años:
- Existe curiosidad sobre el cuerpo y los procesos: cómo se come, cómo bebe y si se sigue creciendo luego de fallecer.
- Preocupación sobre la responsabilidad: si se enfadará, si se sentirá orgulloso o si se pondrá triste ante determinados hechos.
- Preocupación sobre la responsabilidad: si se enfadará, si se sentirá orgulloso.
- Conceptos abstractos: cómo es el Cielo, a dónde va uno cuando muere o qué es el más allá.
Entre los 9 y 12 años:
- La realidad que viene después: si hay que cambiar de colegio, si la casa se puede pagar o quién cuidará a los supervivientes.
- Empatía hacia los demás.
Para evitar confusiones debemos dejar de utilizar expresiones como: "Se fue", "Está en un lugar mejor", "Se ha ido", "Ha subido", explicando abiertamente que la persona fallecida no va a regresar y apoyándose en estos cuatro términos:
- Irreversibilidad: la muerte es irreversible y todo lo que muere no va a volver a vivir.
- Universalidad: todo ser vivo muere en algún momento, desde los humanos hasta las mascotas. Cumplimos con un ciclo de vida en el que nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos.
- El cuerpo deja de funcionar: todas las funciones vitales se detienen tras la muerte. Luego del fallecimiento el corazón deja de latir, no se respira, no se siente frío.
- Cada muerte tiene una causa o explicación y es física.
Por este motivo es importante contar con los recursos que nos ayuden a afrontar esta realidad del mejor modo posible e identificar síntomas de alarma.
Como se resaltó anteriormente, el duelo es único y variado; por lo que no se puede generalizar en lo que se refiere a las manifestaciones de cada persona; pues tras la muerte de un ser querido, casi todo lo que pasa en los niños es normal, y como tal, debe de tomarse.
Sin embargo, debemos prestar atención a situaciones específicas que percibimos no han podido resolverse a lo largo del tiempo.
¿Cuáles son esas señales que pueden indicar que mi hijo está atravesando un duelo complicado?:
- Cambios considerables en el patrón del sueño, incluyendo dificultad para dormir e insomnio.
- Miedo excesivo al abandono
- Disminución de las actividades tras la pérdida o desinterés en ellas
- Problemas académicos
- Síntomas físicos, como dolores de cabeza o estómago.
- Incapacidad para recuperar su rutina.
Como recomendación, en caso de que observes una conducta en tu hijo que te genere dudas y preocupación, busca apoyo de su pediatra y un profesional de la salud mental. Para muchos padres es difícil encontrar las palabras justas para ayudar a sus hijos a procesar el duelo, además de que es probable que los mismos se encuentren procesando sus propias emociones. Pero deben recordar que no están solos.
Cheila Nora Rosario del Orbe es Psicóloga clínica; Psicometrista.
Presidente en funciones de la Fundación Basta Ya